EL TOQUE DE BARRETO

Tomado de: http://www.lajiribilla.co.cu/2003/n135_12/135_09.html
Pedro de la Hoz | La Habana

Un percusionista completo, un caballero del tambor: eso fue Guillermo Barreto. En el ritmo llevado por los timbales y la batería cifró su gloria de intérprete chispeante y seguro, abierto a la novedad desde la raíz de su alma de tamborero mayor.

Todo el que vuelva los oídos a la música cubana que en la medianía del siglo pasado entrecruzó las aguas de la tradición popular y el jazz, tropezará más de una vez con el nombre de Guillermo Barreto.

En el ritmo llevado por los timbales y la batería cifró su gloria de intérprete chispeante y seguro, abierto a la novedad desde la raíz de su alma de tamborero mayor.

Cada año en La Habana se le rinde tributo con la realización de la Fiesta del Tambor, espacio ecuménico en el que convergen, como sucedió a mediados de noviembre de este 2003, los más diversos ejercicios percutivos que puedan imaginarse en la sazón de las especies musicales cubanas.

Símbolo de continuidad con el quehacer de Barreto lo es Giraldo Piloto, presidente de la Fiesta. Los bailadores de la Isla y de otras partes del mundo identifican en él al director de la banda Klímax y autor de temas de buena pegada.

Pero no todos saben que si Piloto llegó a la batería logrando desarrollarse también como un explosivo ejecutante del jazz latino, es porque desde muy pequeño tuvo frente a sí a un paradigma: su tío Guillermo Barreto.

Del viejo Barreto se cuentan numerosas anécdotas, en su mayoría relacionadas con su elevada exigencia, su retórica lexical implacable y su ingenio.

Le daban corcomilla la clave atravesada, la desafinación, las ínfulas, los desplantes, los aduladores, los mentirosos, los imitadores, la suciedad y la música hecha de mala gana.

Antes de cada sesión de grabación, limpiaba escrupulosamente el puesto de trabajo y los instrumentos, rodeado él mismo de la aureola de una colonia con notas herbóreas.

A un colega que insistía en llamar a la compañera de Barreto, Mercedita, corrigió de modo tajante: «Merceditas, por favor, que la ese en el alfabeto es la sílaba de la serpiente y usted no debe olvidarla».

Ambos formaban una pareja entrañable. Ella, la pequeña Aché, con su voz aérea venida del fondo de los tiempos, preferida de Fernando Ortiz, la gran Merceditas Valdés. Él, ocupado hasta el último minuto de su aliento —el maestro falleció el 15 de diciembre de 1991 a los 62 años— en otorgarle a ella su debida jerarquía como uno de los símbolos imprescindibles del arte insular de todos los tiempos.

Ya desde fines de los 40, la enorme disposición de Barreto para la percusión se hizo notar en los medios musicales de la capital. El maestro Obdulio Morales, que era un infatigable cazador de talentos, le ofreció una plaza en su orquesta.
Pero donde creció su toque fue en la orquesta del cabaret Tropicana, a lo largo de los 50. Allí, bajo la dirección de Armando Romeu, maduró el sentido de la polirritmia que sirve de base a la variedad de estilos y géneros cubanos y, a la vez, perfeccionó una proyección jazzística de amplio espectro.

Ello le permitió ser uno de los principales protagonistas del espíritu de la descarga cubana. No solo participó en las legendarias sesiones que animó Chico O’ Farrill en una de sus vueltas al origen, sino que en 1958 tuvo la iniciativa de propiciar el hoy mítico Quinteto Instrumental de Música Moderna, que después derivó en el grupo Los Amigos.

Al comentarle al gran pianista Frank Emilio aquella experiencia, en una ocasión recordó: «Eso nos condujo, de una manera muy espontánea, a hacer música cubana, incorporándole elementos del jazz. Y eso empezó en el lobby del hotel Saint John. Entonces nos conectamos con un aficionado a la grabación, un abogado que tenía un estudio magnífico. Quisimos hacer un experimento, y de allí salieron nuestros dos primeros discos».

Ya en los 60, cuando alguna agrupación quería tener las espaldas cuidadas en la percusión, trataba de fichar a Barreto. Así llegó a la constelación de estrellas que reunió la Orquesta Cubana de Música Moderna en 1967.

De sus últimos trabajos discográficos considero esencial su participación en The Spirits of Havana, de la canadiense Jane Bunnet, en el que participó también Merceditas. Pero si se quiere ver en todo su esplendor la maestría de un oficio apegado a la tierra, habrá que revisar nuevamente los títulos que la EGREM dedicó a Merceditas, Ache y Aché II.
Un percusionista completo, un caballero del tambor: eso fue Guillermo Barreto.

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